lunes, 29 de octubre de 2018

Capítulo 6.- ¿Y el Arca de Noé?

La chica del telediario anuncia ola de frío polar. Bajada de temperaturas, lluvia, nieve, bla bla bla... No me he comprado la moto para cogerla sólo cuando haya 25°C y el cerúleo brillando en todo su esplendor. El mensaje de whatsapp que el día anterior escribí preguntando quién se animaba a salir hoy, sólo encontró una respuesta afirmativa de entre todos los del grupo: Noé.
Sólo conozco a Noé del trabajo y desde hace poco, pero lo suficiente para saber que es una gran persona. Creo que su humildad, su saber estar y su carácter afable tienen algo que ver en mi opinión sobre él.
Sábado tarde y el negro cielo anuncia lluvia. Son las 15:55h. Me siento en la acristalada terraza del Irulegui, plaza de encuentro obligatoria, junto a mi taza de café. Un morenito la acompaña.
A la puerta del establecimiento la Negra me entrega una relajada mirada. Apenas le ha dado tiempo a entrar en calor, ya que tan sólo seis kilómetros la separan de la templanza ambiental que le brindaba el garaje.
Oigo un motor bicilíndrico aproximándose. Suena al ruido redondo y familiar de un bóxer. La "roja" de Noé aparece en mi campo visual portando su jinete chaqueta negra con toques carmesí a juego con la montura. Aparca tras la Negra.
Nos saludamos, y entra a pedir su café. Mientras nuestra conversación ahonda sobre el destino de nuestra ruta, aparecen por la puerta otros dos compis que han hecho un break-up durante su jornada laboral. Nos saludan con una sonrisa contagiosa. Encima vienen dispuestos a pagar nuestros cafés. -Ole por ellos -pienso. No todos son tan espléndidos como estos dos. 
Mientras nos otorgan el Real Título de "zumbados" por salir en moto con tan malas condiciones atmosféricas, absorbemos poco a poco nuestras "acafeinadas" infusiones hasta llegar al fondo de las tazas. Nos despedimos de ellos e iniciamos ruta.
La Negra va abriendo camino por la N-121A dirección Norte. Noé me sigue de cerca. Él es un virtuoso de las dos ruedas y yo un simple paquete, hecho que me hace pensar que debe ir aburriéndose como una ostra. Poco a poco vamos dando cuenta del tráfico existente hasta llegar al Puerto de Belate. Un vehículo articulado que circula precediendo a tres turismos nos ralentiza la marcha. Debe ir cargado hasta las trancas, y cual caracol subiendo por una pared, va ascendiendo. La señalización de la vía no nos ofrece oportunidad alguna de adelantamiento. Primera y como mucho segunda, son las velocidades del cambio a las que nos vemos obligados a circular. El bosque que nos acompaña a ambos lados nos glorifica con sus otoñales hojas, como pétalos de rosa acariciando el viento durante las coronaciones de los césares romanos. Hasta ahora escasas gotas de lluvia se habían adherido a nuestros cascos, pero nada más empezar el descenso, nos sorprende el primer diluvio universal del camino. 
Un apartadero que a su vez hace de aparcamiento de la Venta San Blas, es testigo de nuestras prisas por ponernos sendos trajes de agua.
Ahora ya vamos preparados para afrontar cualquier aguacero. Reanudamos de nuevo la marcha y tras cuatro o cinco kilómetros deja de llover. 
-Ha parado porque nos hemos puesto los chubasqueros, que si no... -pienso mientras me acuerdo de un tal Murphy y sus leyes. 
Seguimos rumbo por la N-121A, de nuevo adelantando a todo vehículo que se nos pone a tiro. Un pequeño giro de manillar nos lleva a abandonar la vía y empezar a disfrutar de la N121B, dejando a nuestra siniestra, la localidad de Oronoz. Tras seis rotondas, dejamos también atrás la villa de Elizondo.
Ahora empieza nuestra curvada subida hacia el Puerto de Otxondo, en cuyo alto nos saludamos con una pareja de verdes romanos. 
El descenso está lleno de lentas curvas, o eso me parece, ya que mi mirada queda cautiva por las magníficas vistas, apareciendo ante nosotros en el horizonte, y entre otoñales árboles, la silueta de la costa francesa.
Llegamos a Dantxarinea, centro comercial y de ocio de los numerosos vecinos franceses que disfrutan del tratado Schengen para poder comprar todo tipo de artículos a precios mucho más asequibles que en su país. Y si ya de paso llenan el depósito de combustible a precio español, mejor que mejor. 
Nuestra parada en los exteriores de una de las numerosas gasolineras que se reparten tan buen negocio, nos permite estirar las piernas y de paso quitarnos las impermeables vestimentas que nos colocamos en Belate.

La ruta va sobre ruedas, nunca mejor dicho, salvo por un pequeño problema en la visera interior del Schuberth de Noé. Una vez medio resuelto el contratiempo, continuamos marcha, entrando al país galo por la D20,
hasta parar en una tienda de souvenirs en Ainhoa, donde intento comprar un par de pegatinas con la bandera de Francia con el objetivo de lucirlas en nuestras metálicas maletas. Al preguntar al tendero, éste me responde con chulería que sólo tiene pegatinas del País Vasco ya que este territorio no pertenece a la república gala. 
-No por los cojones-pienso mientras le dedico un "au revoir". Me subo a la Negra y nos deslizamos por la D918. La señalización es rara pero entendible. Ponemos rumbo a San Juan Pie de Puerto mientras el río Nive circulaba a nuestro lado en dirección contraria. 
Tras varias curvas rápidas se me muestra a través de la trasparente visera, una larga recta. Hasta ahora habíamos circulado bastante despacio, pero para evitar la monotonía del viaje, decido dar un poco más de giro al acelerador de mi Negra, cuando de repente tras mi espalda, un fogonazo deja de calcomonía la silueta de mi GS y su corcel adherida sobre el asfalto. 
-¡¡¡¡¡¡¡MIERDA!!!!!!! NO PUEDE SER -me lamento mientras bajan uno a uno todos los Santos del Pastoral. 
Miro por el espejo retrovisor y observo las manos de mi compañero sobre el casco. 
Detrás de la verde flora, un radar me acaba de captar, y lo peor de todo, no sé a qué velocidad. 
Paro en el siguiente pueblo, de nombre Eyharce, donde comentamos la jugada fotográfica al calor de una panadería artesanal, con máquina de café incluida.
Media hora después estamos listos para salir de nuevo. La oscuridad va apoderándose de todo, por lo que decidimos encaminar nuestras rodadas sin demora alguna hacia Pamplona. 
Continuando por la D918 se pone a diluviar. Es el segundo diluvio universal de la historia de la humanidad. Me reconforta saber que circulo junto a Noé... ¡pero Noé no tiene arca, o al menos no la tiene aquí!. 
-¿Si lo tiene, dónde lo tendrá? Aquí seguro que no, porque ya la hubiese sacado -pienso mientras enlazo la D933. Sigue diluviando pero no paramos para ponernos los trajes de agua. Vamos circulando con los cojones bien puestos. Hemos venido buscando aventura y la estamos teniendo. Dejamos atrás el cartel de "Bienvenidos a Navarra" y tras cruzar Valcarlos, la carretera se estrecha y las curvas se van haciendo cada vez más cerradas y peligrosas, no sólo por el agua en la calzada, sino también por la cantidad de hojas marrones y gualdas que inundan el asfalto. A estas alturas del trayecto ya no veo nada por mi casco. La incansable lluvia me golpea en la visera, y para colmo van surgiendo pequeños bancos de niebla, que junto con el reflejo que me proyecta el protector del faro de la Negra, hace que busque el trazado de la carretera de la misma manera que un ciego va meneando su bastón. Pero mi bastón son las descoloridas marcas viales y algún que otro captafaro. Sigue diluviando, diluviando y diluviando curva tras curva, rampa tras rampa. Empieza a nevar sobre nosotros. Esto ya ha dejado de ser una aventura para convertirse en una gran odisea. Cada metro recorrido nos hace estar más cerca del alto de la Ibañeta. O es eso, o estamos llegando al Everest. De segunda velocidad no puedo pasar. No veo casi nada. Adelantamos un camión de transporte de ganado tras una cerrada curva, y un par de kilómetros después un letrero nos anuncia que podemos parar y disfrutar de las vistas del alto.
-Sí por los cojones, está mi puto humor como para parar ahora -me digo a mi mismo mientras intento negociar los siguientes giros. Sé que estamos calados, pero ahora nuestro objetivo sigue siendo llegar sin demora a Iruña. Pasamos Roncesvalles, y tras media hora de ir contando hacia atrás uno a uno los hitos kilométricos, entramos de nuevo en el Irulegui. Aquí estamos cuatro horas después de haber iniciado la marcha, eso sí, bien mojados. El empapado suelo que vamos dejando tras nuestros pasos, es fiel prueba de ello.
Lo hemos conseguido. Hemos sobrevivido al diluvio universal, y sin arca en la que navegar. Me despido de un húmedo Noé después de saborear y calentar nuestros cuerpos a base de más café. Pongo rumbo a casa mientras pienso en la radiografía de espalda que me hicieron en la recta francesa. ¿Se podrán apreciar en ella mis dos hernias? ¿Cuánto me costarán semejantes pruebas médicas?. Eso lo dejo para otra entrada del blog.
Gracias Noé por acompañarme durante la ruta. Me ha encantado. Hasta la próxima odisea. 


4 comentarios:

  1. Buen día! Cuando quieras repetimos😜

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  2. Buen día! Cuando quieras repetimos😜

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  3. Y repito!! A pesar de las penurias por las inclemencias meteorológicas, buen día, no tardaremos mucho en salir de nuevo 💪✊✊

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