miércoles, 3 de octubre de 2018

Capítulo 4.- Camino de Santiago Roncesvalles

Hacía apenas cuatro horas me había despedido de mi amigo y compañero Agustín con un "hasta las cinco" y ya llegábamos Bea, la Negra y yo tarde a su encuentro, o eso creíamos hasta que entramos en el parking del hotel Iriguibel y nos lo encontramos aparcando su flamante carmesí Ducati Multiestrada, la cual había sacado del taller unas horas antes para hacerle un lavado de cara. Habíamos llegado casi al mismo tiempo. Nos saludamos mientras introducía su casco en la maleta izquierda y aparcamos justo a su lado. Al final de cuatro escalones abrimos la puerta para acceder a la cafetería del hotel, donde una rechoncha pero agradable camarera sirvió un café con hielo para Bea, un café con leche para Agustín y un té rojo con limón para el menda lerenda. Consumimos nuestras bebidas en la terraza acristalada de la cafetería, resguardados del agitado viento reinante. Las ramas de los árboles que teníamos enfrente, se movían a su ritmo, tal que en cualquier concierto, masas de adolescentes se mueven al ritmo de sus ídolos musicales.
Una vez que se pudieron ver los fondos de nuestras tazas (vaso en caso de Bea) y, después de arreglar el mundo, nos pusimos en marcha dirección norte. La Ducati iniciaba las trazadas. Después de tres rotondas, salimos disparados por la N-135, carretera que empieza paralela al truchero río Arga, y tras varios adelantamientos al tráfico que nos precedía, se despidió de nosotros al finalizar la travesía de la antigua localidad de Seburis, ahora conocida como Zubiri.
A partir de este punto, íbamos a encarar la sinuosa y rodeada de pinos, subida al puerto de Erro, donde paramos en su alto dos minutos para estirar las piernas y tomar alguna instantánea. 
Alto del Erro

El equipo Ducati
Equipo "Negra" 

La bajada fue limpia y sin tráfico hasta la localidad de Erro, donde Agustín nos esperaba después de haberse adelantado para grabarnos un vídeo, capturándonos a Bea y a mí, entrando con la Negra en la localidad. Ya casi a la salida, un semaforo nos obligó a deternernos debido a las obras existentes, consistentes en el reasfaltado del puente que cruza el río que comparte nombre con el pueblo. Una vez en verde, Agustín volvió a tomar la pole position. La siguiente parada fue unos kilómetros más adelante, después de curvear hasta el alto de Mezkiritz.



Unas fotos después continuamos ruta y tras cruzar la localidad de Espinal, llegamos a la localidad de Burguete, un pueblo con altos y empinados tejados, con los que podemos hacernos a la idea de las grandes cantidades de nieve que tienen que soportar invierno tras invierno. Atravesamos su travesía mientras dos acequias, una a cada lado, transportan agua cristalina durante todo el año paralelamente a la carretera. Una vez dejado Burguete en los retrovisores de la Negra, nuestra ruta atravesó durante una infinita recta el "bosque de las Brujas" donde los sonidos de las guerras transfronterizas junto con los akelarres del S.XVI eran ya cosa del pasado, siendo a día de hoy un simple bosque por el que discurre el Camino.
La Ducati y la Negra encararon, a la salida del bosque, el cartel que indicaba el final de nuestra ruta. Habíamos llegado a Roncesvalles, entrada a la península de Celtas, Bárbaros y Godos en el pasado, y el de peregrinos que, día tras día, se dirigen a Santiago en el presente. El palacio y su colegiata se alzaron frente a nosotros, testigos mudos del paso del tiempo.

Tras dejar a nuestra derecha el monumento de la batalla de Roncesvalles, donde se conmemora que en el año 778, las tropas de Carlomagno fueron diezmadas por los Bascones, estacionamos frente al bar Casa Sabina. La temperatura otoñal había caído hasta los 11°C y el viento tampoco ayudaba a entrar en calor, por lo que, para templar nuestros estómagos, nos sentamos en la terraza desnuda del bar a disfrutar del sabor frío de la cebada líquida. 

Sí, lo admito, somos un poco masocas. Pero la cerveza es la cerveza. Amamos a reventar que su espumoso y rubio sabor se deslice desde nuestros labios en dirección a la garganta.
Tras observar a varios peregrinos errantes vagar de un lado para otro visitando el lugar, dos colosos pinos fueron testigos de unas conversaciones muy amenas. 



Risas, risas y más risas atemporales, hasta que el reloj nos dio un par de bofetadas. Ya iba a empezar a oscurecer. Lorenzo, cada vez más frío, ponía rumbo fijo hacia su cama después de un despejado día. Procedimos a recorrer en dirección contraria nuestras anteriores rodadas, ahora ya en sentido del "Camino". Curva tras curva disfrutamos de las burras a pesar del pequeño susto que un sensor del freno de la Negra me dio en el alto de Mezkiritz.
Ya en Pamplona eran las 20:00 horas. Una gasolinera de Repsol fue testigo de la despedida de Agustín, el cual abandonó la siguiente rotonda, una salida antes que nosotros. 

Seis kilómetros a través de la ronda de Pamplona nos devolvieron al calor del hogar. Aparcada ya la Negra, nos despedimos orgullosos de ella y tras subir en el ascensor (ya sin hedores molestos), entramos en casa con la sonrisa que proporciona una buena ruta con una compañía inmejorable. Gracias Agustín  gracias Ducati, gracias Bea, gracias Negra.



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