sábado, 29 de septiembre de 2018

Capítulo 2. La Negra se resfría.

Amanece en Briviesca pero las ganas de subirme a la Negra hacen que reciba al mundo antes de que lo haga Lorenzo. Mirada al rojizo cerúleo. La tierra de los hórreos, gaitas y sidra me espera. La primera para abajo. El resto para arriba. Cojo la asesina N-1 dirección Burgos, carretera nacional donde muchos sueños e ilusiones se rompen año tras año, víctimas de imprudencias y distracciones. La Parca no da abasto en este tramo. Ocho años de mi vida trabajando por esos lares lo atestiguan. Demasiadas vidas destrozadas. Unas de formal literal, muchas más figuradas. Tráfico intenso pero buenas zonas de adelantamiento. Noto a la Negra en su salsa; estable y ágil. Tener tres ejes y 10 ruedas menos que la mayoría de los vehículos que me preceden se nota en nuestros adelantamientos.
Me quedo detrás de uno de esos colosos de cuarenta toneladas, recibiendo sus rebufos "céfiros" cuando de repente mi Negra se pone a estornudar. Aguanto los tirones mientras la observo con preocupación.
-Será momentaneo - pienso mientras encaro varias curvas ya en la N-627. Erré. Un triste arcén es testigo del constipado. La Negra necesita un médico. No puede seguir. El más cercano, en la BMW de Burgos, a 30 km. Llamo al RACC. Enseguida llega la asistencia. La subimos a la ambulancia en un periquete.

Tras más de veinte minutos de trayecto, la Negra se pone en manos profesionales. Durante todo el día le hacen pruebas y pruebas, pero no encuentran el antibiótico correcto. A última hora del día, ya cerrando, me dicen que está curada, que le han dado una pastillita consistente en cambiarle la gasolina y que ya puedo proseguir mi viaje.
Cinco kilómetros después, ya cerrado el taller BMW, me doy cuenta que lo único que le han dado ha sido un placebo. La Negra sigue tosiendo pero es dura, y a trancas y barrancas, por autovía y subida de vueltas, me hace llegar a Vetusta.
Durante dos días la dejo refugiada en el calor de un garaje colectivo mientras mi garganta se irriga de sol a sol con el néctar fermentado de las manzanas después de romper en vaso fino y ancho. Banquete tras banquete mi cuerpo se va embotijando. Menos mal que han sido dos días. Si fuese una semana, necesitaría una grúa con un buen brazo hidráulico para poder subirme a la Adventure.
-Traela a la BMW de aquí - me aconsejó desde el otro lado del teléfono un compañero de trabajo- Son caros pero muy buenos.
Con un "vamos allá" inicié la marcha hasta Motos Javier en Pamplona. Tras la típica parada de postureo para fotografiar a mi bella en mi playa favotita (La Franca), siguen sus estornudos durante tristes  y abarrotadas autovías, hasta llegar a la capital foral. 

Desesperado firmo todo lo que me ponen delante cinco minutos antes de que cierren. Allí queda ingresada. Experimentados mecánicos embutidos en monos grasientos se encargarán de ella. Sé que esta vez queda en buenas manos, pero la tristeza me embarga. En la cama de al lado, yace una de las motos de mi empresa. La 8858. Esa es su matrícula. En mi trabajo la motos no tienen nombre, sólo una fría numeración para referirnos a ellas. Pero la Negra es especial y no sólo porque tiene nombre propio: es la única que me puede dar lo que necesito en esta etapa de mi vida. Libertad. 
Dos días después (dos décadas en mi mundo) me llaman desde el taller. Creen que la Negra está curada pero hay que probarla bien, y de ese menester el más indicado para hacerlo, soy yo. Voy a buscarla. Al llegar nos miramos como se miran esos amantes que se reencuentran después de una guerra.
-Te he echado mucho de menos - nos dijimos el uno al otro al mismo tiempo mientras la bajaba del caballete. Con el sonido de un dulce ronroneo me alejé. Por delante me quedan varios kilómetros de supervisión médica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario