sábado, 29 de septiembre de 2018

Capítulo 1. Empezando a ser libre

Hola amig@. Soy el señor Cuétara, ovetense y residente en Mutilva, un pobre y feliz humano al que le ha dado por comprarse una moto con la que recorrer el mundo. Después de estar más de diez años trabajando con motocicletas BMW y viendo su calidad y durabilidad, no me lo pensé y me compré una R1200GS ADV. de segunda mano con la que imitar (a lo cutre) al grandísimo Jose Antonio Miquel (no Miguel) Silvestre, gran tipo lleno de energía y positividad, al que tuve la suerte de conocer en persona en Vitoria. Por si no sabes quién es, te diré que es el nómada más famoso de España. Motero aventurero, pero sobre todo escritor. Autor de varias novelas y libros sobre sus viajes en moto por todo el mundo. ¿Aún no sabes quién es? Pues busca en el Youtube "Diario de un Nómada" y disfruta de sus aventuras como yo aún sigo haciendo.
Pues bien, mi moto se llama la "Negra", y la fui a buscar ni más ni menos que a la capital bética. Un amor a primera vista. Antes del segundo kilómetro, ya nos habíamos hecho el uno al otro, como si nos hubiéramos conocido hacía muchos siglos o en otra vida.
Disfrutamos del viaje de regreso atravesando pueblos donde ya apenas hay tráfico (salvo el de tractores y cosechadoras), centrado a día de hoy en las rápidas, rectas, plagadas y agresivas autopistas, donde la máxima es la de llegar cuanto antes, sacrificando el disfrutar del trayecto. Después de 750km y un par de paradas para calmar nuestra sed, llegué a mi destino.
Allí estaba yo, ya de noche, aparcado en la travesía de Briviesca con un hambre atroz. Mi pareja, familia y amigos me estaban esperando para conocer a la nueva de la familia. La Negra les miró fijamente y en vez de saludarles educadamente, les espetó "¡adoradme esclavos! ". Automáticamente como si de un interruptor se tratara, todos ellos cayeron arrodillados ante su belleza y clase.
-¡Habrá que cenar, coño!  - me espetó mi vacío estómago. Entramos al Dos sin Tres. Al final de cuatro escalones y detrás de una barra nos saludó Raquel acompañada de una gran sonrisa. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba sentado bebiendo un cañón de cerveza y chupándome los dedos con un trece, el cual había pedido minutos antes mientras salivaba intensamente imaginando tal manjar siendo triturado por mi paladar.
Una vez calmada mi hambruna, aparqué a la Negra en el garaje. Entre caricia y caricia la hice elevarse sobre su caballete y con un beso de buenas noches me despedí de ella, no sin antes adherirle en su cofre central el símbolo de "Amigos de Miquel Silvestre" y la rojigualda sin escudo en la maleta derecha. Una vez marcada cual equino, subí las escaleras hasta el tercer piso donde me esperaba mi pareja. 
Ya en mi cama la sonrisa y la ilusión podían a mi cansancio, o eso creía yo, pero menos de cinco minutos fue lo que necesitó Morfeo para arrastrarme a su mundo.

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