sábado, 18 de mayo de 2019

Capítulo 9.- Atraco en la Costa

Lorenzo se introdujo por toda la habitación al levantar la persiana. Ni una sola nube en el cerúleo. Después de quitarme las legañas con ayuda de una ducha de agua hirviendo, decidimos Bea y yo ir a conocer San Sebastián. Tras un ligero desayuno bajamos al garaje. Un chorrito de aceite fue el desayuno de la Negra. Una vez comprobamos sus presiones y niveles, accionamos su pulsador de arranque. El rugido del estómago bóxer inundó el garaje. Salimos al exterior y las gafas de sol se hicieron casi obligatorias. Pusimos rumbo Norte a través de la N-121A. La Negra fue todo el trayecto dando cuenta del tráfico, adelantamiento tras adelantamiento. El trayecto hasta Irún se nos hizo corto, admirando las flores que adornaban las montañas al son de una suave brisa primaveral.
Irún es deprimente. Gris. Lleno de edificios melancólicos próximos a una atribulada ría que limita con el país galo. 
Nada tiene que ver con Hondarribia, llena de colores, vida y edificios vistosos con un precioso espigón testigo de buenas jornadas de pesca. Entre ambas localidades no hay ni un kilómetro de distancia, pero son como el día y la noche. 
Tras tomar la GI-636 y pasar al lado de Rentería, Lezo y Pasajes, llegamos a un San Sebastián nublado y ventoso. Viendo los edificios alrededor nuestro, pudimos comprobar que estábamos en una ciudad señorial y llena de vida. La ría donde desemboca el río Urumea nos recibió llena de puentes distinguidos y adornados.

Dejamos la Negra descansando al lado de la Playa de la Concha. Es lo bueno de la moto, que siempre hay dónde poder estacionarla.
El paseo nos recibió lleno de runners y paseantes variopintos, el Astro Rey se dejaba ver tímidamente entre esponjosas nubes,


y en el horizonte varias embarcaciones disfrutaban del vaivén calmado que ofrecía Neptuno. 
Tras la visita a la costa, establecimos nuestros andares en dirección sureste para poder ver la Catedral. Al llegar, nuestro gozo en un pozo. Andamios y redes de obra cubrían la imponente torre, como si de un preservativo puesto en una verga se tratara. Siento tal mundana descripción, pero fue lo primero que me vino a la mente. Puede que fuese debido a mi irritación y malhumor, puede que simplemente a mi calenturienta mente... ¿o quizás pudiese ser debido a la suma de ambas cosas? 
Por lo menos el acceso a su interior era gratuíto. Fue acceder por el portón de entrada y unas elaboradas y coloridas vidrieras nos dieron la bienvenida, acompañadas de unas neogóticas columnas. 


Al fondo, un modesto, pero bien iluminado altar, era testigo de nuestra curiosidad. 
Tras un rato, nuestros vacíos estómagos protestaron. Había que buscar un sitio para comer. El elegido fue el Bar Cachón. Nos sentamos en su terraza y pedimos sendas cañas mientras preguntabamos por el menú. Cual sería nuestra sorpresa que comer allí nos iba a salir por casi 60€ por lo que pedí la cuenta de las mencionadas cañas para dirigirnos a otro sitio donde comer fuese más barato. La señal al camarero fue enseñarle un billete de 5€ mientras le dije "cóbrate por favor". Acto seguido me trajo un tiquet en forma de pistola y al grito de "¡¡¡Manos arriba, esto es un atraco!!!", me exigió ni más ni menos que 7,40€ por ambas bebidas. Mi cara se convirtió en un poema tétrico. Miré a los ojos al atracador mientras que mis pensamientos no podían hacer otra cosa que no fuera "cagarme en su puta madre". 
¿7,40€? ¡¡¡¡Pero que eran dos mierdas de cañas, y encima mal tiradas!!!! 

-Tómala como si fuese la última de tu vida - le espeté a Bea mientras le enseñaba la cuenta. Abrió los ojos como si de un búho se tratase y su tez quedó blanca y petrificada. 
Volví a acordarme de todos los muertos del personal que allí trabajaba, maldiciendoles a todos ellos, y nos levantamos dejando pagadas las consumiciones sin dejar propina alguna. Nos dirigimos a otros restaurantes de la zona a comparar precios para poder comer. La mayoría de locales tenían de viandas pincheo, eso sí, exigiendo a la hora de pagar el hígado, riñón, y en algún local incluso el alma. 
Menos mal que encontramos un Kebab cercano (¡Viva Paquistán!), donde pudimos llenar nuestras panzas y nos ofrecieron un servicio mucho más profesional por muchos menos billetes. 

Tras salir del local, nos volvimos a montar en la Negra, esta vez con la promesa de no volver hasta que nuestros nombres aparezcan en la revista Forbes. 
Deshicimos el camino por el que habíamos llegado, no sin antes entrar en Hendaya para hacernos la foto de rigor en suelo francés. 
Por último la N-121A fue testigo de nuestro regreso a casa, esta vez con la cartera mucho más ligera. Nada más poner un pie en el hogar, nos recibió Arya, la cual nos exigió inmediatamente ir al WC y ya de paso jugar con sus amigos los cuales la estaban esperando. ¡Qué felicidad! 




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